Así como la configuración de los espacios interiores tiene una importancia crucial en la calidad de vida de las personas, también la tiene su iluminación. Tanto la luz natural como la artificial juegan un papel fundamental en los entornos cerrados: oficinas, colegios, hogares… Según un reciente estudio -llevado a cabo por YouGov para el grupo VELUX– en el que se entrevistaron a 16.000 personas de 14 países distintos, se encontró que éstas pasan más del 90% de su tiempo en espacios interiores. Por suerte, la arquitectura, la domótica y otras tecnologías centradas en el diseño de interiores se están enfocando cada vez más en reportar las mejores condiciones de habitabilidad para sus usuarios, siendo el ámbito de la iluminación artificial de los más investigados.
En la actualidad, uno de los grandes desafíos al que se enfrentan técnicos y diseñadores de todo el mundo es la adecuación de la luz artificial a las necesidades biológicas de las personas. Y es que, poco a poco, la luz natural ha pasado a un segundo plano en cuanto a su impacto en el día a día de los usuarios de los edificios. En términos generales, la regulación de la iluminación natural se limita a controlar la cantidad de luz que penetra desde el exterior; la verdadera dificultad aparece cuando no sólo debe controlarse el flujo lumínico, sino también intensidades lumínicas, temperatura de color, niveles de reproducción cromática y uniformidad.
Recientemente se ha descubierto que todos estos factores tienen un gran impacto sobre la salud de las personas, lo que ha llevado a abrir nuevas líneas de investigación directamente relacionadas con este ámbito. Así es como nace el concepto de Iluminación Centrada en el Ser Humano, o “Human Centric Lighting” -HCL, por sus siglas en inglés-.
Cuando las personas están expuestas a condiciones lumínicas inadecuadas durante periodos prolongados de tiempo, los efectos sobre la salud comienzan a notarse: trastornos de sueño, alimenticios, de la vista, desajustes hormonales e incluso enfermedades graves. En cambio, unas condiciones lumínicas adecuadas y acordes a cada momento del día pueden reducir el cansancio, mejorar el estado de ánimo y, en caso de entornos laborales, aumentar la productividad de los trabajadores.
El HCL trata de poner solución a esta problemática. Esta disciplina pone en relieve los beneficios de la iluminación artificial a través de los efectos no visuales de la luz -tanto a nivel emocional y biológico-, algo que actualmente es posible gracias a la tecnología LED. Partiendo de la premisa de que el cuerpo humano responde a su entorno según sus ritmos circadianos –variaciones de los procesos corporales producidos a lo largo de ciclos de 24 horas – el HCL ayuda a diseñar iluminación que responda a las necesidades lumínicas según el momento del día; es decir, que se ajuste al reloj biológico del ser humano. Por ejemplo, en cuanto a la temperatura de la luz, la más cálida es a la que mejor responde biológicamente el cuerpo humano al amanecer y al anochecer –en torno a los 2700 Kº-, mientras que en momentos de más actividad -como el mediodía-, la temperatura de luz adecuada es de entre 4000 y 6000 Kº -luz fría-, pues ésta es capaz de activar el cerebro y aumentar su actividad neurológica.
El método de control de estos factores reside en la tecnología de la domótica, además de un diseño adecuado de la iluminación artificial. A través de distintas técnicas, el usuario puede adaptar los niveles lumínicos según el momento del día, pudiendo automatizarlo para que se ajuste al ciclo biorrítmico de 24 horas. El estándar WELL -certificado que mide la eficiencia energética y los niveles de bienestar de los usuarios de edificios- establece 200 luxes EML de nivel de iluminación durante al menos 4 horas al día, y en el 75% de los puestos de trabajo como mínimo. En cuanto a la reproducción cromática -nivel de fidelidad de reproducción del color-, la certificación WELL exige al menos 80 puntos, así como altos niveles de reflectancia que variarán según los distintos elementos constructivos sobre los que incida la luz. Existen, además, una serie de requerimientos visuales que deben aplicarse según este estándar de calidad: entre 300 y 500 luxes en los puestos de trabajo, así como un nivel de iluminación ambiental de 215 luxes.
Este avance ha marcado un antes y un después en la manera en que se viven los espacios interiores, sobre todo aquellos en los se llevan a cabo actividades prolongadas en el tiempo. Si bien la iluminación centrada en el ser humano tiene una gran relevancia en entornos laborales y educativos, más aún la tiene en centros de salud y hospitales; lugares que, además, suelen contar con frecuencia con una luz inadecuada e incluso agresiva. Personas que deben pasar largas temporadas sin contacto con el exterior – como pacientes con inmunodeficiencia – han visto su día a día mejorar significativamente al hallarse en entornos con una iluminación adaptada a sus ciclos circadianos.
En los últimos años se ha ido dando un cambio de paradigma en cuanto a los estándares de calidad estipulados para los edificios. Cuando antes la atención se centraba únicamente en la eficiencia energética de los mismos -relegando a un segundo plano el bienestar de los usuarios-, ahora la tendencia es la contraria. Y aunque el impacto medioambiental y el ahorro energético siguen teniéndose en cuenta, el objetivo principal de diseñadores e ingenieros ahora es el de ser capaces de proporcionar las mejores condiciones de habitabilidad para las personas usuarias de estos espacios.
Escrito por Lola Cuenca Fenton
Arquitecta y especialista en iluminación